sábado, 31 de diciembre de 2016

Contradiciendo a contradecir a Rius 







 

Logré entrar en la sala, con dificultades avancé entre la gente, la mayoría jóvenes de pie abarrotados alrededor de los cientos de personas de todas las edades sentadas en un foro de la FIL de Guadalajara frente a un pódium con tres o cuatro personajes junto a Rius. Me acomodé en un huequito casi a fuerzas para escuchar al hombre que había convocado multitudinariamente.

Al día siguiente, en un stand de esa feria de hace unos quince años, estaría Rius autografiando libros, y ahí estuve pero la fila para obtener la rúbrica de “San Ateo”, como lo propuso Jesusa en la presentación de su libro Mis Confusiones en 2014, era larguísima y me ahorré el numerito. Comprendí que unas páginas de su autoría con la firma de su puño y letra no eran para mí y no volví a tentar la idea.

Eduardo del Río "Rius", uno de esos peculiarmente grandes, muy conocido por su revista Los supermachos y Los Agachados, tiene más de 120 libros publicados, además de las revistas que ha creado y las publicaciones en que colabora, de cientos de cartones y dibujos, y de quien me atrevo a opinar lo mismo que de Juan Gabriel, con todo respeto y sin mezclar disciplinas ni contextos y contrario a lo que él mismo ha señalado sobre su amplia producción y sus creencias: él, mientras más produce, más produce. Lo contradigo porque ha aludido un pacto con cierto ser de malignidad para alcanzar esa producción y más bien parece que posee esa excepcional virtud de dar luz y recibir luz, una retribución de la que no muchos gozan porque el secreto es ignorado: dar simplemente. Lo contradigo porque nadie hace un pacto con dicho ser para dar de la manera en que él lo ha hecho, es decir, para un pacto semejante se requeriría que su producción no hubiera abonado a la educación en este país, que sus tomos y dibujos no transmitieran ni conocimientos ni información en beneficio de los demás, que no provocaran a la reflexión ni a la concientización como él ha logrado hacer, sino todo lo contrario. Así que… pues, si acaso este humilde texto llega a los ojos del laureado escritor-monero, ocupado con tantos fans, que me perdone por contradecirlo y oponerme a ésa y, de una vez, a otras declaraciones que ha hecho.

(En 1976, fue galardonado en el Salón de Lucca con un trofeo de la UNICEF. En 1987, recibió el Premio Nacional de Periodismo de México en caricatura, premio del que volvió a ser acreedor en 2010 pero esta vez por su trayectoria periodística representada en su trabajo como caricaturista. En 2004, recibió La Catrina, premio a personajes importantes del mundo de la caricatura y la historieta en el marco del Encuentro Internacional de Caricatura e Historieta, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.)

Con humor y su forma lúdica, ha escrito de todos los temas, en particular, cuestiones que preocupan o deben preocupar a la sociedad, de religión, de salud y ecología, sobre el consumismo, las drogas, sexo, música, fútbol, de filosofía, economía, política, historia, en fin, siempre con ese tono puntilloso, irónico, como un fuerte crítico del sistema, con un lenguaje coloquial y accesible para cualquiera. Es irreverente y nadie se le escapa.

Nacido en Zamora, Michoacán, en 1934, caricaturista, historietista y escritor, se ha dedicado a enseñar a millones de mexicanos con su obra, entre ellos a esta tolteca para quien fue un alivio leer La panza es primero entendí lo que la mía trataba de decirme, pero, además, lo acogí casi con fervor por su fluidez y particularmente por ese concepto suyo de escribir libros a mano, dibujarlos y diseñarlos de manera genial, aunque él ha alegado que no sabe dibujar, que sus monos “son horrendos”, en lo cual lo contradigo de nuevo, no porque no caigan en tal calificativo sino porque son precisos, comunicativos, expresivos, pero esta idea de libros a mano, dibujados y diseñados por el propio autor se quedó adherida a esta conciencia para un día hacer uno así, realizarlo manualmente en su totalidad… si tan sólo la misma luz creativa asistiera a esta pluma....

En El Yerberito Ilustrado, Rius nos habla de medicina herbolaria, “destruye los mitos oficiales y denuncia los intereses exclusivamente económicos de la industria farmacéutica (…) demuestra que gran parte de los medicamentos de patente han resultado tóxicos (…) explica las bases botánicas de la medicina herbolaria” y enlista los principales medicamentos que tienen su origen en las plantas así como las plantas curativas más comunes en México detallando sus principales propiedades y usos. Este libro, junto con aquellos sobre comida chatarra, naturismo y temas relacionados, nos da el panorama de lo que hemos hecho como civilización en contra de la Naturaleza a la que, en su sentido irónico –y quizás lo estoy contradiciendo de nuevo– nos invita a regresar, a vernos como humanos parte de ella, a agradecerle. En ellos, su juego con la caricatura, el collage, párrafos mecanografiados en courier, dibujo sencillo y humor hizo crecer aun más la aspiración de esta autora de editar un libro completamente a mano, me inspiró, sí, y edité mi Cuento Caligráfico pero todavía no ese ejemplar de humor y caricatura y collage y párrafos en courier

Con Los panuchos terminé de atar cabos sueltos de la historia: en pocas palabras, los que buscaron instalar el Imperio en México en 1863, eran los mismos que crearon el partido azul en 1939, los hijitos de los hijitos. “¡¿Y por qué no nos lo dijiste antes?!” Fue la exclamación casi aterrorizada de varias amigas después de las elecciones del año 2000, ... porque… er… Traté de hacerlo, con mucha gente intenté hablar de eso y de que el cambio no podía darse de la noche a la mañana, que cambiar un sistema burocrático y viejas costumbres, anquilosadas, requería tiempo, pero casi nadie quiso escuchar, la mayoría estaba como poseída por “el cambio”. De haber leído Los Panuchos, quizás otra cosa hubiera sido pero tampoco se conseguían ejemplares, se agotó muy pronto, aunque tampoco las cosas eran así de “tú ganaste, ten”.

De sus más recientes libros, de 2015, uno es La reforma dizque heducativa, publicado en el mes de mayo, en cuyo título se refleja con claridad el contenido del libro, y posteriormente, a finales del año, ¿Cuándo se empezó a xoder a Méjico?, donde también con el título nos está dando su sustancia: curiosamente marca la “x” de México denotando la importancia de nuestras raíces y, como una denuncia, el deseo cruento de arrancarlas, que se las quieren extraer a México en el deleznable acto de ponerlas en el verbo “joder”, i.e., “xodiéndolo”, (en lo que parece coincidir con el Divo de Juárez aunque desde contextos distintos, en ideas paralelas pero no distantes), con cuya pregunta expone la política al revés, ya no como el área que se ocupa de la polis, sino como la herramienta con la que buscan dañar al país, ya ni siquiera como herramienta de simple enriquecimiento, sino como arma que lastima, que lacera, que pretende abrir en canal, incoherentemente, a la propia tierra que les ha satisfecho sus placeres.

Eduardo del Río "Rius" afirmó: “No, Méjico no se xodió desde la caída de Tenochtitlán, ni cuando los gringos se robaron la mitad de su territorio, fue en un sexenio más cercano.” Y lo contradigo de nuevo, porque también ha asegurado que no tiene remedio y no estoy de acuerdo, sí tiene remedio y en ésas estamos, ni estoy de acuerdo en que se xodió porque no se ha xodido en ese sentido, en el de que ya no tiene remedio, en el de que lo lastimaron y ya lo dejaron inválido, no no no, porque “somos más los buenos” –dijo hace unas semanas una joven que secuestraron en Veracruz–, somos mayoría los que rechazamos lo que ha estado sucediendo, una mayoría abrumadora, una mayoría de muchas docenas de millones de mexicanos en contra de un mal que consiguió anidarse en esta tierra por descuido. Ciertamente la educación no es la mejor pero para eso está él y otros que como él luchan con su palabra contra ese mal, y están los maestros y los luchadores sociales y los activistas, y los trabajadores, los profesionales, los médicos, los ingenieros, los artistas, los reporteros, los albañiles, los taqueros… que no quieren vivir así, con la “Nada”, como le llamó Ende a esa sombra gris, oscura, que iba posándose, apropiándose de las almas de los habitantes de su Historia Interminable, en cuyo final la Luz triunfa. La palabra es el arma, y los libros y los maestros y la educación, el arte, la cultura.

Espero que, ya que no obtuve el autógrafo deseado, “Don A-teo-Luz” me perdone las irreverencias.
  

El perdón en sus diferentes planos










Perdonar es un alivio, sí, pero podría no serlo. En La terapia del perdón, hablaba sobre el poder del perdón, cómo la Naturaleza misma nos regaló sustancias y neurotransmisores que hacen posible nuestra sobrevivencia. En el ensayo Del Abuso expongo algunas de las sustancias y neurotransmisores con sus respectivos efectos mostrando que la Naturaleza nos da la cura si logramos estimularlos con ejercicio y diferentes terapias y dietas, sin embargo, la terapia de energía cuántica o terapia a nivel theta acerca de una manera más sencilla y rápida a esos estímulos, pero también con el perdón, sea en nivel theta o con conciencia y un deseo verdadero de perdón.
Sin embargo, en el plano social, ha surgido el cuestionamiento ante el horror que se ha regado con tantas imágenes de violencia, corrupción, mentira, cinismo, brutal enriquecimiento de unos cuantos y el bestial empobrecimiento de muchos otros, en ciudadanos que sólo desean vivir en armonía, sin delincuencia, con empleo, sin inflación que medre en su bolsillo, con acceso a los recursos que den la satisfacción elemental sus necesidades, como mínimo, sin tener que sumarse a marchas que exigen arreglos a las injusticias que han azotado al país, sin las malas noticias sobre el calentamiento global o la discriminación a las minorías que agravan lo anterior. ¿Perdonar?
Creo que debemos diferenciar los planos del perdón: uno es el personal, es el interior, el íntimo, confidencial, que arroja un efecto psicológico y otro es el social, el que se habla, es entre dos individuos, o grupos o individuo y grupo, en un sentido u otro –solicitándolo u otorgándolo– es “bilateral” y tiene un efecto social, repercusiones en la vida social de ambos sujetos o entidades e incluso hacia otros.
El perdón es una fuerza, una energía que, en el terreno de lo social, puede ser contraproducente, puede ser mal empleado y revertirse su virtud. Sin mala intención hay quienes se envanecen porque se les pidió perdón y no conscientemente sino porque simplemente no saben recibir una frase tal debido a sus propios complejos o por conceptos erróneos sobre cómo debe ser el comportamiento humano, por defectos de la educación. Y abundan los casos en que aquel a quien se le pide perdón lo usa para someter, incluso de gente que busca con toda alevosía que se le pida perdón precisamente con ese fin: el de subyugar. Porque, sí, se le han dado falsas connotaciones a la humildad y al perdón a través de la historia y muy seguramente ha sido lucubración de aquellos que han usado el perdón para vejar o quienes niegan la humildad para no verse obligados a reducir sus bienes o su estatus.
Esto es que, por desgracia, han creído, unos por ignorancia, otros por abuso, que se les autoriza a reincidir al ser perdonados, creencia que muchas veces puede ser inconsciente. En Dar permiso de abusar, mencionaba que quedarse callado ante la injusticia es dar permiso de abusar, es autorizar al abusivo a seguir abusando, lo que hace necesario manifestarse siempre ante los actos injustos, no dejarlos pasar porque representa una condena para la persona objeto de abuso, porque el abusador lo interpreta así, como un permiso y lo peor es que su apego al abuso se recrudece, el grado de abuso se exacerba y crece porque su confianza es mayor, porque se siente más libre. Como el que cacheteó a su mujer una vez, a la siguiente ya no es con la palma de las manos que la agrede sino con el puño.[i]
Esto es lo que ha venido sucediendo en nuestro país, mientras más se les ha permitido abusar, más han abusado al grado de llegar a una situación de crisis como nunca antes se tuvo y es a lo que me he referido cuando he cuestionado qué hemos hecho que se alcanzó este punto, cómo fue que se permitió que llegaran a este punto, un punto que está afectando ya a todos los sectores, que ya no es sólo el desempleo ni la inflación ni la pobreza la crisis de la que hablábamos hace veinticinco años. No. Y no quiero ser reiterativa, no quiero repetir lo sabido por todos, pero son miles de muertos, miles de desaparecidos, cientos de fosas clandestinas, pueblos deshechos, abandonados, todo lo cual está afectando a nuestros jóvenes. Pregunto lo mismo que la mayoría: cómo lo están viendo ellos, qué conceptos se están formando con toda esta perspectiva, pues se han dado casos como el del joven que recientemente mató a su padre y a la pareja de éste. ¿Qué podemos hacer para detener esos nuevos conceptos que se están gestando en adolescentes y niños? ¿Cabe el perdón, la humildad en estos parámetros? ¿cómo?
Esto lleva a replantear el perdón en sus diferentes planos.
En lo que a la salud se refiere, el perdón sería un acto de reflexión profunda, de "contrición" con uno mismo (no en el sentido que le da la religión, sino de uno mismo con uno mismo), sin testigos, solicitándolo y otorgándolo, como si los sujetos del perdón estuvieran presentes, pero no necesariamente deben estarlo, porque, al final, este acto es para uno mismo y si bien existe la posibilidad de que el acto sane a ambos, es preferible no arriesgarse a sufrir las reacciones mencionadas, reacciones que indican que en realidad hay un daño, alguien que se envanece evidencia que no goza de la mejor salud mental, en cuyo caso, pedirle perdón no sólo la empeora, además de dañar al solicitante mismo también representa un perjuicio para los demás.
Lo que vale de este perdón en términos de salud, el psicológico, es que sea honesto, real, que nazca de un profundo deseo personal, íntimo. No se pueden desechar, sin embargo, los casos en que dar o pedir perdón a otro en persona represente a éste un alivio, una sanación, una “iluminación” quizá, pero esto es ya a criterio particular, depende de quién sea esa persona, del motivo y del momento. Y este perdón, personal y confidencial, se hace necesario con el solo y único objetivo de sanar el horror que se ha esparcido, para sanar el alma de la amargura que ese horror, per se, siembra. Pero no en términos de lo social.
Por ejemplo, se da el perdón a un presidiario cuando ha demostrado su arrepentimiento y resarcido de algún modo el crimen cometido, pues es necesario que demuestre para, al menos, tener una prueba de que no lo volverá a cometer, aunque la prueba es relativa ya que abundan los casos de reincidencia. En el ámbito social, es imprescindible que el perdón venga acompañado de la demostración tangible, visible de arrepentimiento con el resarcimiento en cierta medida de la falta o crimen cometido. De otro modo, es retroalimentar la delincuencia, el mal comportamiento, la violencia, la corrupción. Es decir que no basta pedir perdón, no basta otorgar perdón.
Ya entrados en el tema, otro plano del perdón sería el espiritual separando el término de lo psicológico, es decir, el plano al que aluden brujerías y “trabajos de oscuridad” –aquí propongo diferenciar sentimientos y actitudes humanas del aspecto meramente relacionado con el inconsciente y la propia energía (a lo que quizá podría llamársele “pulsión”), utilizando para esto el término “espiritual”, en vista de que la psicología es el estudio de la psique que significa “alma, espíritu”–. En este plano, el perdón cumple la función de disolver, por llamarlo así, el “trabajo” en cuestión cuando éste se realiza basado en el odio como energía “de combustión”, como energía que mantiene “encendido” dicho trabajo, que hace que funcione, y este perdón debe, por lógica, tener, al menos, la misma fuerza que la del odio empleado para que se cumpla su función, es decir que debe ser honesto, un perdón realmente sentido, un perdón verdadero.
De todo lo anterior deviene mi disentimiento de la frase “ni perdón ni olvido” pues ¿a qué plano se refieren? o más bien ¿en qué plano afectan estar repitiéndolo? porque lo que tanto se repite, nos dice la psicología, repercute, en el mediano y largo plazo, en el inconsciente. Si alguien nos traicionó, cabe el perdón íntimo, el psicológico, por la propia salud, y más vale alejarse de los traicioneros porque la traición indica con toda claridad qué tipo de persona es, de ahí que no se deba olvidar pero tampoco, por salud mental, retroalimentar el sentimiento que esa traición produjo. Pero no se admitiría el perdón social a menos que la persona demuestre cabalmente su arrepentimiento –socialmente– y de algún modo resarza la falta cometida, y con las debidas reservas pues igualmente sabemos que es muy difícil lograr la erradicación de ciertas actitudes, también más vale alejarse de la persona y no olvidar para evitar que vuelva a suceder. La venganza no es la solución, la venganza es sólo un paliativo que retroalimenta los sentimientos negativos que dañan a la salud pues hace caer en esa repetición mencionada antes. La justicia sí lo es, dejar en manos de la sociedad la aplicación de la ley, pero una justicia realmente justa, no la “justeza” de que ha echado manos la corrupción, y si no existen las leyes necesarias para hacer justicia, entonces, buscarlas poniendo en la mira el bien común y diluir así los sentimientos negativos que dejó el daño sufrido, las campañas son terapéuticas.
Creo, sí, para estos fines, tanto para el sujeto como para el objeto del perdón en general, en las terapias psicológicas y en la eficacia de la terapia del perdón si éstas son altamente motivadas, y en este momento, la situación de esta tierra es una alta motivación, con la convicción clara y contundente de rechazo de la violencia, la corrupción, la impunidad y de todas esas imágenes terroríficas y las escenas dolorosísimas, para sanar el alma y el inconsciente y continuar en la resistencia pacífica, con firmeza y el mejor talante.

 

La "terapia" del perdón II








Este acto –que tuve, más bien, la osadía de llamar “terapia” del perdón– es una reflexión profunda a la que podemos entrar con suavidad a través de pensar que la hagamos al menos por egoísmo, sin embargo, una vez ahí, el mismo perdón nos debe guiar hacia la humildad para tener el perdón real de ida y vuelta, ya ahí no importa si nos quisieron obligar a pedir perdón, si pedir perdón es someternos porque el sometimiento, como dije antes, en que el orgullo, la dignidad nos duele, es un asunto de dos, de uno frente al otro, es decir que lo que tiene que ver con el otro ya no importa, el perdón real debe ser de uno mismo, no importa si el otro comete un acto tan vil –como el de tratar de someternos– para poder perdonarlo, por lo tanto, debemos perdonarlo; si el otro comete ese acto es cuestión de él, mientras tanto, uno busca el perdón sea que el otro lo haga o no.

         Así, el perdón se toma por voluntad propia, como un acto individual en que uno decide SIN cuestionar al otro, pedirle perdón por cualesquiera razones que tuviera para decidir hacer daño, porque es o son sus razones.

Ya abordado este punto, aunque no debe importarnos, el razonamiento es que no sabemos cómo fue su vida ni qué fue lo que lo llevó a actuar así, porque esa persona, al igual que uno, ha vivido, ha sufrido, es una persona igual que nosotros, con defectos, con errores, porque todos somos iguales al nacer y la vida nos va conduciendo por caminos diversos que nos hacen creer diferentes conceptos, entre ellos, cosas equivocadas, nos vamos formando y ahí es donde podemos adquirir ideas que nos lleven a actuar de tal o cual modo. Tomemos al asaltante a mano armada, no sabemos cuál es su circunstancia para que llegue a otra persona con una pistola y le apunte, no sabemos qué lo hizo tomar esa decisión, no sabemos si está en la pobreza y su hija enferma requiere medicina para salvar su vida por lo que se ve obligado a ello; o el ejemplo de la monja que busca someter a una niña, no sabemos si lo aprendió de niña igual y fue sometida, maltratada, ultrajada y violada, de tal manera que se lo creyó, que su inconsciente y su conciencia se “configuraron” de tal modo que la hicieron creer que ella debe repetirlo y en cuanto encuentra a otra niña que es como ella era en su infancia, su primer impulso es repetirlo, lo reproduce, entonces, no sabemos si esa “configuración” que le dio esa vida de abusos que ella tuvo la hizo creer que así es la vida, que así son todas las personas y que debe seguir es patrón, comportarse de ese modo, es decir que en su mundo reducido cree que sólo existe eso, esos actos: someter y ser sometido.*

         Y entre ellos están los de asesinos que ahora llaman “en serie” (aunque  no es la traducción correcta) con unas vidas terribles, de las que se sobreentiende que de ahí aprendieron. También se sabe de psicópatas y otros enfermos que así nacieron o que, por su desarrollo, adquirieron tal o cual enfermedad, que por tanto también tienen “sus” razones para actuar como lo hacen pues carecen de asideros, de dónde echar mano para cubrir esas deficiencias neurológicas y cometen actos atroces, pero tan atroces como perdonables pues son tan humanos como nosotros, el destino les dio eso a ellos, no a nosotros, nosotros tuvimos la suerte, la grandísima suerte de no estar en su lugar, por tanto, a nosotros nos corresponde perdonar y pedir perdón por cualquiera que sea el motivo que los condujo a actuar en contra nuestra.*

         Es redundar en que todos somos iguales, todos sentimos, todos tenemos dolores, malas experiencias, todos somos cincelados con esas experiencias, todos estamos siendo cincelados, esculpidos desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir con todas las cosas que van sucediendo a lo largo del día y de ahí vamos adquiriendo los diferentes conceptos e ideas para actuar de una u otra forma. Se hace necesario comprenderlo así nomás, para comprender que, dentro de un todo que somos cada uno, se va configurando nuestra personalidad con las características que traemos al nacer y así comprender plenamente de uno mismo las debilidades y aceptar que se tienen, pero también las de los demás, comprender que se tuvieron las debilidades y defectos que provocaron que se cometiera tal o cual error o delito o "pecado" porque se es humano, ¡somos humanos! y, por lo tanto, imperfectos, como tales no estamos exentos de equivocarnos en pensamiento, ni en palabra y obra, no estamos exentos de las tentaciones, de las pasiones del alma, de caer en lo más bajo… simplemente, la suerte, el destino, la vida, Dios o una mano invisible hizo que unos cayeran de un lado y los otros en el opuesto, o que se desviaran a la mitad del camino.*

Si se descubre que abundan los Krugers o los Mansons, corresponde a la sociedad juzgarlos como personas que la dañan y determinar lugares y métodos que los ayuden a no dañarla, a no hacer sufrir a los demás, a no contribuir a los perjuicios que cometen otros, tomando en cuenta, siempre, que tuvieron una vida en particular que los formó de un modo que dio esos resultados, y con ello buscar la manera de que no se repitan estos resultados,* pero con esto no estoy diciendo nada nuevo.

O sea que si los mexicanos somos muy individualistas y eso nos hubiere conducido al punto en que nos hallamos, entonces, sería menester buscar por qué nos hicimos así, qué fue lo que sucedió.



*Tomado y adaptado de Del Abuso, ensayo de la autora.

La terapia del perdón






 

… para quitarse los estorbos que la vida nos va poniendo, tener serenidad, objetividad y ¡salud! Pero perdonar se vuelve un tabú en esta sociedad.

Como toda terapia, es una práctica para curar muy seria, pedir perdón es un término fuerte al que difícilmente la gente se anima, es doloroso, vergonzoso, un acto que ha sido interpretado como forma de sometimiento por lo que es renegable e inaceptable, inaudito e incluso hay quienes jamás nombran ni nombrarían la sola palabra “perdón”, ni aunque tuvieran que hacerlo, buscarían la forma de evadirla, ni aunque hiciera referencia a un tercero, porque simplemente no la reconocen en sus ámbitos.

Esta dinámica, a la que me di el privilegio de llamar “terapia del perdón”, no incluye, de ninguna manera, ese concepto de sometimiento que implica el perdón para la generalidad. Existen quienes la utilizan con este propósito: unos no la usan para no someterse y otros persiguen a toda costa que unos la emitan para así someterlos. Esto es muy frecuente en ciertos medios, un jefe que busca someter a un empleado puede acosarlo e inventar una situación que lo obligue a pedir perdón y así sellar su relación, como un gato que orina su territorio, lo que les es “funcional” en quien ignora el propósito final –mucha gente, sobre todo jóvenes–, o en quienes lo saben pero no pueden actuar en contra. … Como unas monjas de mi infancia que obligaban a pedir perdón por actos no cometidos, inventados por ellas mismas, y en particular me orillaron en algunas ocasiones a la circunstancia de puños y labios apretados para no llorar pero con las lágrimas cayendo por el chaleco, para luego aplicar el ahora reconocido “bulling” frente a un grupo de niñas –pero ¡lo conseguí, no pedirlo!–. No, ni Buda ni Jesús se refieren al perdón de esta índole, ni creo que el Dalai Lama lo hiciera ni que Dios lo estableciera, sino al que alivia, al perdón que sana.

Este “perdonar” no es fácil, por lo anterior y por los orgullos, el ego, la soberbia, los prejuicios, el pudor, y un sinfín de pruritos que lo han convertido casi en un tabú, que están ahí al momento de ponerlo en práctica y hay que pelear con ellos.

Tampoco se trata de ir a buscar a la gente para pedirle perdón o a perdonarla. No, porque incluso nos lo puede tomar a mal, a causa de los razonamientos anteriores, o porque no está de humor o porque ya se le olvidó o porque no entiende el motivo o porque no está en su momento o porque puede ofenderse, o simplemente, envanecerse, lo que provocaría una situación peor de la que se pretende arreglar. No. No es necesario porque el acto mismo es para quien lo realiza, para sanarse uno mismo, no para los demás; los demás deben sanarse ellos solos, por su propia voluntad. Consiste únicamente en, desde nuestra conciencia y nuestro plexo solar, ejercer el perdón en todas sus formas, dándolo y solicitándolo –aunque la persona a quien se dirige lo ignore– de ida y vuelta, en ambos sentidos, perdonar y pedir perdón, darlo y recibirlo, haciendo el ejercicio –en la imaginación, si se quiere llamarle así– de charlar con la persona, con uno mismo. Es una reflexión profunda. Pero una vez sobrepasada la primera batalla, sucede la sensación de alivio, de lavarse en aguas refrescantes y cristalinas, se alcanza la “iluminación”, o el convencimiento de lo que es esto.

No quiero hablar de milagros porque la “magia” es “natural”, es verdadera: una serie de sustancias y neurotransmisores estarán corriendo por el organismo una vez que se cumple el perdón dentro de uno mismo, para así modificar el estado del cuerpo, convertir acidez en alcalinidad, y con ello nuestra disposición a la vida.

Esto también se consigue en el psicoanálisis, con la diferencia de que éste se tarda unos seis años, si bien nos va; otras terapias psicológicas toman menos tiempo, unos cuatro, o la Gestalt, quizás con suerte, dos. Y el camino es arduo, en general, dolorosísimo. Debe haber otras terapias con más o menos similares resultados.

La del perdón, si se tiene buena disposición, en unos minutos se concluye; si hay barreras, horas o días.

Hace menos de dos décadas, a pasos agigantados los estudios científicos sobre la risa concluyeron que ésta produce endorfinas y dopamina y la posibilidad de curarnos nosotros mismos o, al menos, ayudarnos a la curación, con una mentalidad y una disposición a la vida en equilibrio, sin odios ni rencores ni enojos ni tristezas… sin ese estar rumiando que “fulanito me hizo esto y lo otro y yo le voy a responder”… bla bla. Porque es cierto, son muy comunes las frases: “le voy a dar en…”, “así le va a ir…”, “éste me va a conocer…”, “va a saber con quién se metió…”, “la venganza es dulce…” y lo peor es que son respuestas a tonterías como que se volteó en la calle para no saludar, se metió en su bolsa el encendedor, desapareció su libro, cerró la puerta en sus narices, se le olvidó avisar su horario, se vistió igual. Pero, además, si alguien recomienda dejar esa actitud, se lo interpretan como ¿cursi? ¿anticuado? o ¿moralina? ¿falsa modestia? ¿hipocresía? Inevitable surge la pregunta: ¿qué harían si se tratara de algo realmente grave?... Y ¿cómo estará su organismo? ¿su corazón? ¿sus relaciones afectivas? ¡Qué difícil se contempla, entonces, la vida! ¿cómo vivir así? Y me sorprendo a mí misma cuestionándome ¿cómo aceptaba esa vida?

No mucho tiempo después, las investigaciones colocaron frente a nosotros este milagro en este siglo: La Naturaleza nos dotó de este don sanador, perdonar “de ida y vuelta”, para nuestro conocimiento y práctica, o quizás para que reconozcamos a esta Madre Tierra, le agradezcamos, aprendamos a respetarla y le hagamos reverencia: nuestros organismos producen lo necesario para tener una buena vida.

Este don sanador son los efectos que producen la alcalinidad y la acidez en nuestro organismo en su funcionamiento, los que nos muestran que la acidez excesiva produce y alimenta el cáncer y las enfermedades, y la alcalinidad nos da salud.

La acidez la produce el cuerpo humano en hormonas como la adrenalina y la cortisona a partir de las penas, las preocupaciones, los dolores, el estrés, la tristeza, la ira, la depresión, obviamente rencores y rencillas, envidias, codicia, el deseo de “poder”, de venganza, la ambición desmedida, etc, –estos  son los sinsabores– estas últimas porque provocan estrés, tristeza, rencor en el intento de la consecución, por carecer de eso que se desea.

Y lo contrario es con la alcalinidad: de hormonas y neurotransmisores como la serotonina producidos por la alegría, la risa, el bienestar, el amor, el afecto, el apapacho, el abrazo, nuestra salud mejora. Aquí, mi insistencia en que ¡la misma Naturaleza nos está dando la clave!

No se refuta, de ninguna manera, que sustancias como la adrenalina y la cortisona sean útiles y necesarias, por alguna razón las creó la Naturaleza, se ha comprobado lo eficaces que son para salvarse en un accidente o un desastre, o para detener un abuso como el de unas monjas frente a una niña que se niega a pedir perdón. Pero esto es tema aparte; mientras tanto, pongamos atención a la Naturaleza.  

Entonces, si se tiene una frustración por no haber conseguido el puesto deseado, esa frustración estará produciendo acidez. Si se sufrió un asalto a mano armada o violación, la impresión por el evento estará produciendo acidez prácticamente por el resto de la vida, cada vez que el inconsciente lo recuerde. De igual manera sucede con cualquier tipo de pérdida o decepción, sea en mayor o menor grado, un trauma de la infancia, “un pendiente”, el evento estará produciendo acidez prácticamente cada vez que algo, cualquier detalle, provoque que el inconsciente lo recuerde. Acidez que no escatima rangos sociales. Esto es, por ejemplo, si un empresario ansía comprarse un yate pero el negocio que creyó saldría “redondo” para obtener el dinero que cubriría su costo, no funciona, su frustración por no adquirir ese yate le producirá acidez, la cual actuará en su contra dentro de su organismo; esto es: su ambición le causa un daño, es decir, él solo, sin ayuda de nadie, se causa un daño a sí mismo. Si un hombre desea a una mujer que ya tiene pareja y no lo ama, sucede lo mismo; y si planea obtenerla no obstante, pues sucederá peor. Si se desea lo de los demás y se desea arrebatárselo a toda costa, es mucho peor, los actos implicados en ello, provocarán engaños, tensión por el temor de ser descubierto, envidia, soberbia, enojo y rencilla que son los sentimientos que mantienen ese deseo hasta su consecución, frustración si no se obtiene el objeto de deseo, deseos de venganza, etc; y si alguien constantemente está hablando de venganza por cualquier insignificancia, obviamente se está produciendo acidez en la misma forma y frecuencia. Es decir, quien incurre en estas actitudes se está haciendo daño a sí mismo aunque diga que goza con la venganza, ¡vaya contradicción! Y me he detenido en este punto porque abundan, de modo escalofriante, las personas que hablan de venganza como si se tratara de una salida de fin de semana con los amigos, la fiesta: con gusto y sonrisa.

Esta “terapia”, aunque suena a durar unos cuantos minutos, que es lo que se toma de tiempo cuando hay disposición, no es una tarea que se lleve a cabo de la noche a la mañana como parte de la rutina, las barreras con las que se topa a veces pueden parecer muros infranqueables. El convencimiento completo de que funciona, de que alivia, puede tardar años; uno quizás se convenza un día y decida practicarlo de momento, o tal vez por haber tenido resultados extraordinarios en un caso particular lo practique y, al día siguiente, lo olvide. Es una decisión, sí. Y, al practicarlo, es muy probable estar recomenzando cada vez o, después de creer que ya se domina, tener que recomenzar como si nunca se hubiera hecho antes.

Sin embargo, la frescura de un amanecer en un manantial de aguas cristalinas lo hace muy deseable.